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En una viñeta del humorista gráfico Jules Feiffer un hombre dice: “Siempre pensé que era pobre. Pero un día me dijeron que no era pobre sino ‘necesitado’. Más tarde supe que era contraproducente pensar en mí mismo como necesitado: en realidad era ‘desfavorecido’. Luego escuché el término ‘desafortunado’ pero ya estaba en desuso: hoy soy ‘desaventajado’. Sigo sin tener un centavo; pero he ganado un gran vocabulario“.
Aun siendo broma, o precisamente por ello, el chiste de Feiffer ilustra a la perfección la manipulación del lenguaje por parte de la Corrección Política y, también, su absoluta inutilidad para resolver los problemas que dice afrontar. Nos encontramos ante una ideología con una imperiosa necesidad de cambiar constantemente las palabras, de retorcer los vocablos en una alocada carrera que, pasado un tiempo, deja obsoleto cualquier término que antaño gozara de brillo y esplendor.
La sustitución constante de una palabra por otra genera una fuerte deriva hacia la degradación del lenguaje porque los nuevos vocablos son cada vez más ambiguos, más absurdos, con significados cada vez más apartados de una realidad que, en teoría, se pretende describir y enderezar. Llamarse “desaventajado”, en lugar de pobre, no resuelve la falta de recursos materiales; tan solo oscurece la naturaleza del problema.